jueves, 29 de marzo de 2012

Destrucción de la Literatura Autor: Fabio Enrique García Chica

(Lo que sigue es un ensayo que escribí hace unos dos años, buscando expresar, después de casi cuatro años de estar estudiando literatura en vano, mis verdaderas impresiones y opiniones a propósito del asunto).

Y la idea de hacer una destrucción de la literatura está perdida desde el comienzo: no puedo querer destruir la literatura desde un ensayo que se pretende literario. No tengo que justificar mi propósito (de verdad que la literatura es algo sumamente destructible (habría que ver cuántas veces en la historia ha estallado gödelianamente [1])), pero sí tengo que justificar mi también gödeliano método de destrucción; y para eso nada mejor que regresar a la definición de literatura, asunto difícil como pocos y discutible como cualquiera.

Lo que yo entiendo por literatura es una especie de expresión escrita, que podría denominar artística si supiera además qué es el arte. Expresión implica (en términos de teoría de la comunicación que se enseña en las escuelas) algo para expresar, alguien para expresarlo y alguien que entienda lo expresado. Al acto de expresar llamamos escritura, y a entender lo expresado llamamos lectura. Agreguemos a la figura la distinción entre lo expresable y lo solamente comunicable: cuando hablo de expresión me refiero a algo que existe para ser interpretado. He aquí la razón de que oscuramente haya escogido la palabra "expresión" y no otra distinta. Expresión es interpretación.

Tenemos, entonces, los elementos de la literatura: la escritura como expresión y la lectura en sus dos operaciones, comprensión e interpretación. No me detengo en los insondables sentidos de estas palabras porque estoy aburrido de la didáctica. Quiero destruir estos elementos de la literatura uno por uno para después destruir la literatura en su conjunto. En su destrucción se comprenderán mejor estos términos.

A la escritura se le atribuyen muchas funciones: comunicación, testimonio, conservación de la palabra, pensamiento, discurso. No podemos negarle enteramente, además, las funciones que comparte con la palabra hablada. Hemos dicho que la diferencia entre literatura y no-literatura es la interpretación, y ahora ajusto la definición: interpretación es lo no explícito, lo no evidente. Al comprometerse con la interpretación, la literatura declara la invalidez de todas sus otras funciones. Un mensaje mediado por una fuerza invisible cuyo único propósito es ser interpretada debe dejarse atravesar por esa fuerza, y ésta no puede sino alterar el mensaje profundamente. Comunicación es comunicación a medias, testimonio es testimonio sesgado, discurso es discurso ideologizado. La interpretación devora el texto de la misma forma que un juego de palabras devora las palabras con las que juega. Ofrecerse a ser interpretado es negarse a ser comprendido: negarse a comunicar. Es un límite que se extiende también a cualquier forma de expresión, incluso hablada, que sea vagamente literaria: la sola pretensión de literatura les quita a las palabras sus privilegios de palabra. La única función de la literatura es ser interpretada, y ésta mata a todas las demás funciones. El otro motivo por el cual una persona querría hacer literatura es por el ejercicio mental, retórica en estado puro, y la retórica es un ejercicio que sólo vale la pena cuando viene en forma de diálogo (del diálogo volveremos a hablar más adelante). Por demás, escribir literatura es un ejercicio comparable al de hacer sudokus o crucigramas en el periódico.

Después de este razonamiento habría que justificar toda la literatura que se ha escrito hasta la fecha para que fuese algo más que un ejercicio retórico; mostraré que esta justificación es impracticable al destruir la función de la lectura: si la literatura que se publica no merece ser leída, bien podemos darla por inexistente y avanzar en nuestro razonamiento. ¿Cuál, se supone, es la función de la lectura? Ya asumimos que la literatura existe para ser interpretada, de manera que la lectura existe para interpretar (y pedirle cualquier otra función es fútil. En vano puede quererse leer literatura buscando significados tangibles, entendibles; la interpretación lo absorbe todo. Toda la literatura es una colección de textos interpretables que para poco sirven, más que para ser interpretados, o como pasatiempo dominical, remotamente productivo.

Usted estará pensando que tengo un odio injustificado contra la interpretación. Pero para mí es la interpretación lo que no se justifica. Mejor dicho, el afán de interpretar y de postularse a ser interpretado. ¿Qué se consigue con tanta subjetividad, con tanta connotación, con tanta expresión? Nada. Quien interpreta una lectura solamente se interpreta a sí mismo, tan sólo usa la lectura como excusa de su propia expresión. Quien se hace interpretar no conocerá jamás las interpretaciones que se le dan, al menos no sin un diálogo aparte con los lectores, un proceso que se escapa a la literatura en sí. La interpretación, incomunicable, se pretende puente entre dos solipsismos y fracasa: como escritor y lector, ni el escritor ni el lector hablan con nadie. Cualquier utilidad que pueda derivarse de este mecanismo de la interpretación es enteramente personal e intransferible, y no puede manifestarse fuera de la mente de ninguna manera. Así, la escritura y la lectura son las actividades más egoístas que existen: escribir poesía, por ejemplo, no es otra cosa que agitar los brazos en el aire diciendo "mírenme, mírenme, tengo algo importante que decir". Y así para los demás géneros, aunque la poesía es el más descarado de todos. Además, es inevitable la sensación de superioridad moral que viene con la lectura de los llamados "clásicos"; un engaño, porque también leer a Cervantes es un pasatiempo inútil, y no es posible fundar ninguna moral en algo que es inútil. Para ser capaz de cosas semejantes hay que tener primero el ego por los cielos. Cabeza grande, como dicen los japoneses. La literatura es toda entera un egoísmo.

Miro hacia atrás y veo las ruinas que ha dejado mi razonamiento, los escombros de una de mis actividades favoritas. Si no fuera por la literatura, tampoco tú tendrías esto entre manos. Pero, de verdad, ¿merece esto que es apenas un pasatiempo mental libros y libros de estudios críticos, horas de cátedra en las academias, ferias inmensas y premios millonarios y cobertura en los medios? Yo soy el primero en decir que no: ¿cuántos visitantes tendría una Feria de los Crucigramas? ¿Cuántos millones se ganaría un campeón de torneos de sudokus? ¿Quién entraría a estudiar una carrera en Sopas de Letras? Da lástima comparar la literatura con todo esto, pero es una verdad horrible, y planeo asumirla como tal. Si publico este ensayito pretendidamente literario, es sólo porque espero que uno de mis lectores sepa contraargumentarme, destruir este montón de sofismas que me ha dado por escribir, o sea una destrucción de la destrucción de la literatura. No tengo muchas esperanzas de eso; me temo que mis sofismas son de hierro. Pero aun si resulta que mi tesis es irrefutable, de todas maneras seguiré ejerciendo el pasatiempo de la literatura con las mismas ganas de siempre.

[1] Kurt Gödel, matemático austríaco nacionalizado estadounidense (1906-1978), operó una espléndida destrucción de los sistemas formales en matemáticas, en la cuel se devoraban a sí mismos desde dentro. Para esta clase de destrucciones, bastante frecuentes en literatura, empleo el adjetivo "gödeliano".

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