jueves, 29 de marzo de 2012

La ultima mirada Autor: Jose Luis Gonzalez Miserque

Este fue un cuento que escribi hace unas 4 años, bajo el seudonimo de joel rightway, con el gane un concurso de cuento en mi universidad. Espero les guste:

Primero debes decirlo –dijo ella mientras con un rápido movimiento cubría la puerta del cielo-.

Justo cuando me disponía a metérselo me salía con ese cuento. Con todo lo que me había costado emborracharla, llevarla a aquel motel y convencerla de que se quitara la ropa, no podía ser cierto que me estuviese diciendo aquello, eso no podía estar sucediéndome a mí.

¿Decir qué? –Dije, aun sabiendo la respuesta a mi pregunta-.

Primero debes decirme lo que sabes que quiero oír –respondió con voz insinuante.

Seis meses llevaba saliendo con Claudia; la mitad de ese tiempo lo había gastado inútilmente en pedirle que me lo diera, la otra mitad en convencerla de hacerlo. Ella jamás había accedido a dármelo. Ese día por fin se había decidido; sin embargo, ahora se paraba (más bien se acostaba) frente a mí, a pedirme que le dijera algo que no estaba seguro de sentir por ella; quería que le regalara mi alma mientras pronunciaba aquello, quería que la mirara a los ojos fijamente y me rindiese a sus pies mientras le prometía el cielo, quería estar segura de mí, y de que yo le pertenecía sólo a ella y a nadie más, quería oír algo que nunca antes le había dicho… Ella quería escucharme decir que la amaba.

¿Qué es amor? –Pregunté sin que se me ocurriera algo más. El silencio recorrió aquella minúscula habitación. Primero atravesó el baño, baño por el que cientos de culos extraños habían pasado. Luego acarició el agrietado espejo del techo, donde se reflejaba la figura del inescrupuloso hombre de mediana edad que estaba empalmado en el cuerpo desnudo de una niña de 15 años, niña que hacía seis meses estaba jugando a brincar la cuerda en el filo de la navaja. Finalmente alcanzó la cama en la que nos encontrábamos apretados para morir a nuestro lado.

¿Qué significa amor en estos tiempos, Claudia? En estos días donde el amor se delimita a un beso, no ves que ya nadie se promete más allá del cuerpo. Romeo hace parte de un pasado distante y Julieta se para en las esquinas de los semáforos para dar el culo por unas cuantos miles de pesos.

Me vibraba el órgano como si fuese a reventar, y aquella mujer se empecinaba en mirarme de una forma extraña con sus grandes ojos, esperando una respuesta, una palabra, un sentimiento que de mi boca no estaba dispuesto a salir. Me levante de la cama y me puse de pie junto a ella, entonces continué mi charla.

Pregúntate, Claudia. ¿Alguna vez has visto un príncipe azul? La noción de amor que se incrusta en tu cabeza no existe, en el mundo moderno no existen dragones que secuestren princesas, ni caballeros con espadas dispuestos a dar la vida para salvarlas. ¿Te has preguntado si alguna vez existieron, o son sólo leyendas que cabalgan los tiempos a través de corceles blancos en los cuentos de hadas? ¿Te has preguntado?

Ella me miraba… Hubiera dado la vida por descubrir ipso facto el secreto que escondía tras esa mirada impávida, incomprensible; por descubrir el misterio de esos ojos verdes. Su mirada me atravesaba como mil dagas, me quemaba la piel y me revolvía el deseo. ¿Qué podía saber ella de los secretos del mundo, de la infelicidad de la vida, o el sufrimiento del primer amor (este último el cual desgraciadamente me correspondía enseñar a mí), si su vida hasta entonces se había movido tras el telón de un universo rosado, donde papi pagaba todo y el mundo no era peligroso, donde el arco iris brillaba con desdén cada mañana y el sol salía y la felicidad danzaba entre muñecas barbies, en un closet lleno de ropa cara, en el último celular de moda o la primera menstruación. ¿Qué podía saber ella? Ella que estaba a punto de perder los pañales, que estaba a punto de perder su virginidad.

La lluvia caía por fuera de la ventana mientras mi miembro perdía su ímpetu para escurrirse entre mis piernas. Estábamos en un segundo piso. Cuatro horas antes yo me encontraba en mi casa jugando con mi hija de 2 años mientras mi esposa se escandalizaba con la historia de una niña de 13 que había quedado embarazada por un muchacho de 18 y que aparecía en las noticias en esos momentos. Cómo era posible que una niña tan pequeña ya estuviera buscando machos, ya ni siquiera esperaban la menstruación, hoy en día las niñas no tienen respeto por sus padres, y ese muchacho, cómo se atrevía a hacer eso a una niña menor que él, y de esa edad, todavía era un bebe, se merecía los años de cárcel que le habían dado, bla, bla, bla. Fue entonces cuando ella me llamó:

- Si me vienes a buscar ahora, estoy dispuesta a entregarme a ti por completo -me dijo.

Al cabo de una hora la recogía en la esquina de su casa. Nunca he entendido por qué los hombres no somos más inteligentes: siempre que somos infieles tenemos una reunión de trabajo. ¡Bah! A fin de cuentas que era una pelea más con mi esposa, los encontrones y reproches se estaban convirtiendo en cosa de todos los días.

Claudia subió al coche.

- ¿Dime cuánto me deseas? -vociferó-.
 

- ¿Sabes el trabajo que me costó llegar hasta aquí? Espero que no te eches para atrás con lo que me dijiste.

Su respuesta fue el silencio. Su rostro reflejó lo incomprensible; estaba como esperando algo, luego pareció olvidarlo. Fuimos a un pequeño lugar en las afueras de la ciudad. El rostro azul de Julio Garavito otra vez nos sirvió de cédula. Unos tragos y besos después, la diversión corría toda por su cuenta, como era costumbre; el alcohol la ponía traviesa. Yo me aferro en creer que las mujeres sacan a relucir su hombre interior cuando están borrachas (bendito sea el alcohol).

Claudia tenía la mente de una niña, pero el cuerpo de una mujer. Su culo era firme y redondo y encajaba perfectamente con las proporciones de su cuerpo; sus tetas eran casi exageradas: esa noche en particular se apretujaban entre su escote, casi podía escucharlas gritando por su libertad, deseando salir volando para caer entre mis manos. Su cabello era negro y lacio y su piel suave como la seda; pero todo aquello era nada comparado con sus ojos, esos ojos magnos, enigmáticos. Siempre supe que aquellos ojos guardaban un secreto; lamentablemente hasta ese entonces no había podido descubrir cuál era.

No era la primera muchacha con la que salía (de seguro tampoco hubiese sido la última), pero era la primera que había mantenido mi atención y curiosidad durante tanto tiempo; la primera que me había costado tanto trabajo convencer de que sólo sería “la puntita y nada más”. Ella movía algo dentro de mí; hasta el día de hoy no he podido descubrir con certeza si eran los engranajes de la curiosidad o la fuerza motriz del deseo. Tal vez era la mezcla de ambos, tal vez no era ninguno de ellos.

Mientras nos encontrábamos en la mesa, sacó disimuladamente de su bolso una especie de cánula con una pequeña aguja en su punta. De inmediato reconocí lo que era; no era la primera vez que hacia aquello en frente de mí. Ella acostumbraba hacerlo cuando se encontraba con su amiga (4 años mayor que ella).

Su adicción a la heroína había nacido y crecido a la par con los problemas familiares que se presentaban en su hogar; a veces creo que yo era sólo otro de los medios que utilizaba para escapar de ellos.

¿Quieres un poco? –me ofreció mientras encajaba la aguja en la piel de su antebrazo.

Sabes que no le jalo a esas cosas. Tú tampoco deberías hacerlo. Si te llegan a ver eso me voy a pudrir en la cárcel.

No seas aguafiestas, nadie va a verme.

El gemido provenía de alguna habitación contigua. De seguro a aquel hombre su fémina no le había dado tantos problemas, de seguro a él si le habían creído que sería la puntita y nada mas. Pero yo me encontraba allí, desnudo, de pie ante aquel verde que me seguía persiguiendo. En ese momento sentí que no importaría cuán lejos fuese; esos ojos me perseguirían hasta el infinito. Su cuerpo se veía celestial ahí acostado, cuánto deseaba apoderarme de él, hacerlo mío y forzarlo a cantar aquella misma sinfonía que se escuchaba al otro lado de la pared.

Fue entonces cuando ella mató el silencio y parió la risa. Empezó como una risita minúscula, casi un cosquilleo. La risa se hizo cada vez más y más fuerte, se volvió estruendosa cuando se convirtió en carcajada. Las carcajadas se prolongaron en el tiempo; fueron segundos. A mí me parecieron horas. Entonces, justo cuando creí que no podría soportar más, éstas cesaron.

Ella dejó de mirarme; yo comprendí que para siempre. Esos ojos verdes nunca más me perseguirían, y los extrañé, desde ese entonces los extrañé. Lo que hacía un momento me detenía el corazón, ahora lo necesitaba para que éste siguiese palpitando.

Claudia se levantó de la cama. Se puso su ropa y tomó sus cosas, entreabrió la puerta y se colocó en el umbral, dijo unas palabras, luego se fue cerrando la puerta tras de sí. Tres semanas después le diagnosticarían el SIDA. A ella y a Clara (así se llamaba su amiga). Ésa que la acompañaba en sus inyecciones periódicas y hacía mucho había perdido sus pañales. Dos años han pasado desde entonces; sin embargo, sigue produciéndome una sensación indefinible lo que me dijo. Hoy la lluvia continúa cayendo, hoy me cubro de ella bajo un paraguas negro que va con el color de mi ropa, y sigo aquí, vivo, como en aquel entonces parado frente a ella, como en aquel entonces ella acostada frente a mí. Pero sus ojos ya no me miran, ahora se encuentran cerrados. Mientras el vacío que se propaga en mi pecho responde el enigma, yo me cuestiono mil veces sobre lo que hubiese pasado si mis sentimientos hubiesen sido más claros, si Julieta no hubiese vendido el culo, si las princesas se hubiesen encontrado encerradas en torres de mármol. Si antes de que fuera demasiado tarde le hubiera dicho que sí la amaba. Era cierto, dos años habían pasado, pero yo la seguía viendo dos años atrás, parada en el umbral de la puerta, observándome de soslayo por encima de su hombro (vaya que parecía una mujer entonces) mientras profería:

-¿Quién te dijo que el amor tenía algo que ver en esto? Sólo tenías que decirme cuánto me deseabas…

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